miércoles, 24 de abril de 2013

Algunas consideraciones...


1. Vale la pena
Leer  vale la pena... Convertirse en lector vale la pena... Lectura a lectura, el lector – todo lector, cualquiera sea su edad, su condición, su circunstancia...– se va volviendo más astuto en la búsqueda de indicios, más libre en pensamiento, más ágil en puntos de vista, más ancho en horizontes, dueño de un universo de significaciones más rico, más resistente y de
tramas más sutiles. Lectura a lectura, el lector va construyendo su lugar en el mundo.
 
2. Buscadores de sentido:
Leer es construir sentido. No sólo se “lee” lo que está cifrado en letras. Se “lee” una imagen, la ciudad que se recorre, el rostro que se escudriña...Se buscan indicios, pistas, y se construye sentido, se arman pequeños cosmos de significación en los que uno, como lector, queda implicado. 
 
3. Tomar la palabra:
 Esta “toma de la palabra” es un momento clave en la historia del lector. La lectura –y la escritura–empiezan en la palabra viva, que sale de una boca concreta y es recogida por oídos también concretos. La lectura empieza siendo oral. En el lenguaje y con el lenguaje construimos nuestros primeros pequeños textos, dejamos nuestras primeras, deliberadas marcas. Organizamos, enfatizamos y seducimos. 
 
4. Dar de leer:
Se trata de ayudar a construir lectores, justamente, es decir sujetos activos, curiosos, capaces de ponerse al margen y vérselas a su manera con un texto, no se puede pensar en una donación, o una administración, sino más bien en una habilitación para la experiencia. Dar ocasión para que la lectura tenga lugar. Garantizar un espacio y un tiempo, textos, mediaciones, condiciones, desafíos y compañía.
 
 5. Leer y esribir:
 La práctica de la lectura y la práctica de la escritura están muy cerca, más cerca de lo que en general se piensa. La decisión de escribir, de dejar una marca, supone haber alcanzado, o desear alcanzar al menos, alguna lectura. Escribir es una forma de estar leyendo, del mismo modo en que contar es una forma de leer lo que se cuenta. La sola formulación en palabras ya es una lectura. El niño pequeño que va por el mundo nombrando las cosas –“árbol”, “gato”, “auto”– está en cierto modo, “leyendo” y, además, “escribiendo”, registrando, con la enunciación, su lectura. Lo nombrado lleva la marca de quien lo nombra, ha pasado por él.
 
6. La historia sin fin:
 
La historia del lector, que comienza, precozmente, cuando no es dueño todavía de la palabra (no digamos ya de la letra), es una historia sin fin. Ni se inicia en la alfabetización ni termina en tercer grado, ni en séptimo, ni en la universidad. La historia de un lector se confunde con su vida. Siempre se estará “aprendiendo a leer”. Y siempre quedarán lecturas por hacer, tapiz por tejer y destejer
  
 
 

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